OPINIÓN ·
La villa de Yecla, como otros muchos lugares de España, estaba obligada a que sus hombres tuvieran que empuñar sus mosquetes y arcabuces y formar levas cuando el rey lo requería, bien por motivos de guerra, bien por un peligro inminente. La ocasión más común solía ser la defensa de las costas mediterráneas ante los ataques berberiscos, por lo que, durante muchas décadas e incluso siglos, se siguió creyendo que nuestras fiestas habían surgido como recuerdo de uno de estos ataques
Alfonso Hernández Cutillas
Jueves, 1 de diciembre 2022, 00:07

Los historiadores y estudiosos de nuestras fiestas, pudieron demostrar siglos más tarde, que en el origen de nuestras fiestas no hubo ni piratas, ni tan siquiera derramamiento de sangre. El motivo y origen tuvieron una causa mucho más noble, la que llevó a una compañía de yeclanos dirigidos por el capitán Martín Soriano Zaplana a partir para la guerra. Se trataba de salvaguardar la unidad e integridad de la Patria, atacada cuando una parte de España fue invadida por tropas francesas.
A la llamada 'Guerra de Cataluña', marchan un 17 de julio de 1642, sesenta y un yeclanos, elegidos por los alcaldes ordinarios Juan Soriano de Amaya y Juan de los Ríos Moreno. El puesto de guarnición se fija en las tierras castellonenses de Vinaroz, concretamente en la ermita de San Sebastián. El desarrollo favorable de la contienda facilitó el no tener que ir a puestos de vanguardia, y tras medio año de acuartelamiento regresaron todos, sin baja alguna.
El sentimiento religioso de aquellos yeclanos les impelió, como actitud de agradecimiento por lo incruento de su expedición, a subir al santuario del Castillo, en donde se daba culto a Nuestra Señora de la Encarnación, que ya era conocida con el nombre de Virgen del Castillo. Tras varios años repitiendo dicho rito, deciden bajar a la patrona para tenerla durante unos días en la entonces parroquia de la villa bajo el nombre de Iglesia de la Asunción, actual iglesia Vieja.
En 1691 (40 años más tarde de la expedición a Vinaroz), para mejor organizar este rito espontáneo aunque repetido, se funda la Cofradía de la Purísima, una de cuyas primeras disposiciones fue adquirir una imagen, similar a la actual, obra de un franciscano anónimo.